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Artículo invitado: La crisis económica, social y política en Líbano y su impacto en la retórica extremista violenta

Fecha de publicación:
26/08/2020
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— 7 minutos tiempo de lectura

Arriba: La explosión ocurrida en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020 causó más de 200 muertos y al menos 7.000 heridos.

Nidal Khaled, Coordinador y Punto Focal de la Red Local de Prevención de Majdal Anjar, Líbano. Presidente de la Asociación de Iniciativas Juveniles

El 4 de agosto, una potente explosión arrasó el puerto de Beirut, matando al menos a 200 personas, hiriendo a más de 7.000 y dejando sin hogar a más de 300.000. La explosión ha puesto de manifiesto los niveles de corrupción y mala gestión del sector público libanés y ha intensificado la ira pública contra el gobierno por su aparente incapacidad para abordar la crisis económica que ha paralizado al país durante el último año. Sin embargo, también ha jugado a favor de los grupos extremistas que pretenden dividir el país. Nidal Khaled, Coordinador y punto focal de la red de prevención de Majdal Anjar del SCN, examina el efecto de la crisis en la retórica extremista y cómo podemos contribuir a evitar la división y restablecer la unidad nacional.

Históricamente, Líbano ha estado sometido a las numerosas sacudidas políticas de la región. Situado en un frágil contexto regional, hay una miríada de divisiones y contiendas políticas, religiosas y sectarias que se reproducen continuamente en los ámbitos económico, social y financiero dentro del país.

El final de la guerra civil libanesa de 15 años en 1990 fue aclamado como una nueva era para Líbano y fue la plataforma de lanzamiento de la llamada segunda república. Sin embargo, el optimismo que acompañó al final de la guerra se vio afectado por múltiples crisis económicas, financieras y de seguridad que lastraron a Líbano hasta bien entrado el nuevo milenio. Sólo gracias a las reformas económicas, encabezadas por el entonces primer ministro Rafic Hariri, Líbano pudo capear el temporal abriéndose a la inversión regional e internacional.

Sin embargo, con el asesinato de Rafik Hariri en febrero de 2005, la escena regional volvió a cambiar. Gracias a los esfuerzos sostenidos de las protestas nacionales, se expulsó a las tropas sirias que ocupaban el país desde el final de la guerra civil. Sin embargo, lo que siguió no hizo sino agravar aún más la precaria paz del Líbano. Tanto la guerra de 2006 con Israel como el inicio de la Guerra Civil Siria en 2012, que supuso la llegada de casi 2 millones de sirios a Líbano, llevaron la economía del país al borde del colapso.

La crisis económica provocada tanto por la mala gestión como por los conflictos locales y regionales, son prolongaciones de una tumultuosa historia de intereses políticos, sociales y económicos contrapuestos en Líbano. Las víctimas de estos conflictos son el pueblo libanés. La aparición de la COVID-19, unida a la trágica explosión del puerto de Beirut, son sólo las últimas de una larga serie de crisis que han afligido al país durante décadas, dejando al descubierto la magnitud de los fracasos sistemáticos del país a la hora de construir instituciones democráticas fuertes que sean receptivas y transparentes.

«Un nuevo Líbano debe establecerse sobre principios de igualdad, no de elitismo y corrupción. Para ello es necesario reforzar el papel de la sociedad civil y de las redes comunitarias, en colaboración con los municipios»

La cuestión que se plantea ahora es la siguiente: ¿Cómo se refleja la crisis socioeconómica en las comunidades y qué papel desempeña en la retórica extremista?

La crisis económica ya ha tenido repercusiones en la seguridad del país, con un notable aumento de los robos a mano armada, el vigilantismo y los grupos paramilitares que actúan al margen de la ley. Gran parte de esto recuerda inquietantemente a los preparativos de la guerra civil libanesa anterior a 1975. Las crisis siembran más crisis. Los fantasmas de nuestro pasado díscolo no son un espectro lejano. Perduran a través de las tensiones políticas, económicas y sociales que atenazan al país hasta el día de hoy, y son un duro recordatorio de que, en cualquier momento, podríamos vernos sumidos en las garras de otro conflicto sangriento. Al igual que las apariciones del pasado siempre han perseguido al Líbano, también lo han hecho los grupos extremistas. Las crisis siempre pueden generar conflictos y competencia, pero también sientan las bases para que los ideólogos y grupos extremistas catapulten sus mensajes más allá de sus bases de apoyo existentes.

Arriba: Las Redes Locales de Prevención han estado trabajando incansablemente sobre el terreno para prestar ayuda a algunas de las 300.000 personas que se han quedado sin hogar como consecuencia de la explosión.

Aunque la estrategia nacional para prevenir el extremismo violento se ha diseñado para impedir la aparición de grupos extremistas y reforzar los esfuerzos de las fuerzas de seguridad del país por mantener el orden, sólo es tan eficaz como las instituciones nacionales y la economía que la sustentan. En ausencia de un liderazgo nacional fuerte, las autoridades locales y los grupos religiosos y políticos se verán obligados a intervenir para proporcionar la seguridad, la estabilidad y el apoyo necesarios, como quedó patente durante la crisis de los refugiados sirios, así como en la respuesta al COVID-19.

Sin embargo, las limitaciones de estas autoridades locales han dejado un vacío que los grupos extremistas pueden llenar con medios financieros y un discurso ideológico, concretamente en zonas con una población predominantemente suní. Los discursos que describen las injusticias en las ciudades y pueblos suníes pueden tener un poderoso factor de atracción, sobre todo entre los jóvenes. El bombardeo de mezquitas en Trípoli en mayo de 2008, así como la represión de las fuerzas de seguridad libanesas durante la guerra civil siria, en la que miles de jóvenes suníes fueron encarcelados sin juicio previo, también han servido como poderosos factores de empuje. Todo esto ha contribuido y allanará el camino para un aumento de la retórica extremista, además de una crisis económica asfixiante.

Entonces, ¿cómo podemos trabajar conjuntamente para reducir el impacto de la explotación extremista de las crisis mediante nuestra visión nacional global?

La base para reducir la retórica extremista es subrayar que la crisis socioeconómica no se dirige sólo a un grupo, sino que afecta a todos. Un nuevo Líbano debe establecerse sobre principios de igualdad, no de elitismo y corrupción. Para ello es necesario reforzar el papel de la sociedad civil y de las redes comunitarias, en colaboración con los municipios, para que desempeñen un papel más importante en la promoción del discurso de la moderación y el desarrollo de una visión socioeconómica que refleje las necesidades locales. Esto puede llevarse a cabo mediante pequeños proyectos de desarrollo económico que tengan en cuenta el empoderamiento de las mujeres y, al mismo tiempo, den respuesta a las familias más afectadas por el colapso económico. Al proporcionar la ayuda de emergencia y los servicios sanitarios básicos necesarios para atender a las comunidades, también las protegemos de la explotación y el reclutamiento por parte de grupos con ideas extremistas y grandes medios económicos.

Tras la explosión del puerto, nuestras redes locales de prevención de la Red de Ciudades Fuertes (SCN) de Majdal Alanjar, Trípoli y Sadia se unieron para apoyar a Beirut y a sus ciudadanos. Hemos entregado comidas a familias sin techo y a trabajadores de primera línea. Movilizamos a nuestros jóvenes para que ayudaran en la limpieza y la reconstrucción. Hicimos lo que pudimos para demostrar a nuestro país que podemos hacer frente a los fallos sistémicos de liderazgo, con una acción colectiva. Prevenir y combatir el extremismo violento es sólo un medio para alcanzar un fin, no el fin en sí mismo. Utilizando nuestras amplias redes comunitarias, creadas para la prevención de la violencia, pero conectadas con el corazón palpitante de la sociedad civil de todo el Líbano, estamos desafiando a quienes puedan intentar separarnos durante este tiempo.

Al fin y al cabo, somos ciudades fuertes.

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