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El futuro de la lucha contra el extremismo violento

Fecha de publicación:
25/09/2020
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— 5 minutos tiempo de lectura

Eric Rosand, Director del Proyecto de Prevención

Eric Rosand es Director del Proyecto de Prevención, Senior Fellow no residente de la Brookings Institution y Senior Associate Fellow del Royal United Services Institute de Londres. Lleva casi dos décadas trabajando en cuestiones de lucha antiterrorista, y más recientemente asesorando a gobiernos, organizaciones multilaterales y ONG sobre cómo hacer operativo un enfoque de la P/CVE basado en «toda la sociedad». Esto incluye más de seis años (2010-2016) como alto funcionario antiterrorista en el Departamento de Estado de EEUU, donde desempeñó un papel destacado en el desarrollo y lanzamiento de una serie de iniciativas multilaterales, como el Foro Global Antiterrorista y sus tres instituciones «inspiradas», y la Red de Ciudades Fuertes. Sus escritos han aparecido en una amplia gama de publicaciones, como American Journal of International Law, Foreign Policy, Foreign Affairs, The Hill, Just Security, Lawfare, Order from Chaos, Time y War on the Rocks. Es licenciado en Historia por el Haverford College, doctor en Derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia y máster en Derecho Internacional por la Universidad de Cambridge.


Este artículo forma parte de una serie en la que destacados expertos reflexionan sobre las tendencias emergentes para las ciudades que tratan de hacer frente al odio, la polarización y el extremismo.

El concepto de «lucha contra el extremismo violento» (CVE) -que implica el uso de herramientas no cinéticas para socavar el reclutamiento y la movilización hacia el terrorismo y centrar la atención en los motores y no sólo en las manifestaciones de la violencia- no era nuevo cuando el entonces presidente Obama convocó la Cumbre CVE de la Casa Blanca hace cinco años. Sin embargo, la reunión de alto nivel sin precedentes de gobiernos, sociedad civil y sector privado elevó el tema a la categoría de prioridad en muchas capitales de todo el mundo. Impulsó al Secretario General de la ONU a desarrollar un Plan de Acción de la ONU que ha ayudado a globalizar la agenda y una serie de plataformas de CVE que han ayudado a institucionalizarla, entre otras cosas ofreciendo más oportunidades para la creación de redes y la colaboración sostenidas entre los agentes locales – Las ciudades, los jóvenes y las mujeres se consideran fundamentales para el éxito duradero de la agenda. La Red de Ciudades Fuertes y YouthCAN se encuentran entre los descendientes de este proceso.

Desde entonces se han logrado avances considerables. Más de 35 países han desarrollado marcos nacionales de CVE. Varios municipios, reconociendo su papel a menudo único en el CVE, han seguido con planes locales propios. La importancia de las iniciativas dirigidas localmente se refleja en los más de 1.000 proyectos de CVE dirigidos localmente que se han puesto en marcha en 100 países, a menudo ejecutados por organizaciones de la sociedad civil. Gracias a iniciativas de investigación como RESOLVE y el GCRF, existe ahora un corpus creciente de investigación cada vez más contextualizada y sensible al conflicto sobre los factores que impulsan el extremismo violento. Esto ha ayudado a clarificar las intervenciones con más probabilidades de reducir la amenaza.

El Banco Mundial y otras instituciones de desarrollo están desplegando ahora herramientas y recursos de desarrollo para ayudar a abordar los factores estructurales y de otro tipo de la violencia extremista. Al hacerlo, han superado su reticencia -como puso de manifiesto la renuencia del Banco a enviar un representante de alto nivel a la Cumbre de la Casa Blanca de 2015- a participar en lo que se percibía como una agenda politizada y securitizada. Los profesionales ajenos a las fuerzas de seguridad se están implicando cada vez más en los esfuerzos de la CVE, con trabajadores sanitarios, sociales y juveniles que contribuyen a las intervenciones multidisciplinares de la CVE. Por último, el apoyo financiero a la CVE ha aumentado y los donantes están haciendo un mejor trabajo para garantizar que los fondos se utilizan para apoyar los esfuerzos específicos de los actores locales en primera línea.

Este progreso se ha logrado a pesar de los considerables vientos en contra. Entre ellas se incluyen el auge del populismo y el aumento de los déficits democráticos en todo el mundo, la creciente polarización social, los gobiernos autoritarios y de otro tipo que siguen favoreciendo enfoques de la seguridad centrados en el Estado y represivos que contribuyen más a exacerbar que a mitigar la amenaza, la reducción del espacio cívico, por no mencionar una pandemia mundial que está desviando recursos de otras cuestiones.

Además de estas tendencias, persisten una serie de obstáculos para seguir avanzando. Entre ellas se incluye superar la tendencia a centrarse casi exclusivamente en los aspectos programáticos de la agenda, ignorando las dimensiones políticas. Para ello es necesario centrar más la atención en el comportamiento de los gobiernos y en cómo tratan a sus ciudadanos, especialmente a los más marginados de sus sociedades. Además, existe el reto de garantizar que los gobiernos nacionales, en lugar de imponer un marco «de arriba abajo» para abordar el extremismo violento, consulten y escuchen a las comunidades locales antes de elaborar las políticas y programas pertinentes.

A pesar de la elaboración de numerosas herramientas, siguen existiendo dificultades para evaluar el impacto de los programas de CVE. Los programas de CVE siguen definiéndose por consideraciones y suposiciones políticas más que por pruebas, lo que lleva a una preferencia por los enfoques a corto plazo, que apuestan por el riesgo, y a una dependencia excesiva, por ejemplo, de las campañas de contramensajes y de los actores religiosos y confesionales. Aunque la arquitectura multilateral de la CVE se ha ampliado considerablemente en los últimos cinco años, las oportunidades para que las voces de la sociedad civil y otros actores locales sean escuchadas en los organismos intergubernamentales siguen siendo escasas.

Además, en la actualidad no existe ninguna plataforma para que los gobiernos y otras partes interesadas clave hagan balance de los avances en la agenda de la CVE -tanto en su dimensión política como programática-, prestando atención a sus aspectos más delicados, incluidos los relacionados con la gobernanza, los estructurales y otros impulsores del extremismo violento. Por último, es probable que la actual crisis de salud pública provoque una reducción de la financiación de la CVE y de muchas otras cuestiones. Esto subraya la necesidad de superar el enfoque tradicionalmente aislado que ha caracterizado la financiación en las esferas de la paz, la seguridad y el desarrollo y, cuando proceda, integrar la CVE en esfuerzos más amplios de prevención de conflictos y violencia.

Aunque se han producido avances considerables en la agenda de la CVE desde 2015, el futuro de la CVE depende en gran medida de la eficacia de sus defensores a la hora de sortear los retos mencionados, sobre todo ante unos vientos en contra que siguen intensificándose.

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